domingo, 17 de enero de 2010
Cuídate mientras vivas
Hay historias publicables, pero la gran mayoría no las quiere escuchar nadie.
No me las quiero dar de chucho malherido, a veces sí; pero ahora no es el caso.
Lo que de verdad busco es un poco de paz en el Carrefour, en el autobús y frente al café diario que me sirve esa camarera rumana tan perfecta y seria.
Porque si me llevan a Tokio estaré mejor, seguro; pero aún con los bolsillos llenos de bragas usadas y un peinado estupendo, la cosa no cicatriza como debiera.
Ya no quiero meter la cola en ninguna parte cotidiana, ni desbarrar como un mal clown animado por su propio desdén.
Empiezo a creer que no voy a encontrar el camino de vuelta a los roces livianos, a las mujeres que quieren ser niñas sin poder serlo o al verano del que me fui sin despedirme.
Y por eso ruego el gustarle a la tipa de los tatuajes, con sus labios rojos de putón, y sus ojos de no saber que hacer con un tipo que le sonría todas las mañanas. Y lo necesito para poder ver más allá de la catarata tras la que estoy, porque estoy lejos de mi tiempo presente por sentirme un héroe de mil caminos.
Y al afrontar con dos manos impuras el sagrado acto de acariciar espero exorcizarme, de la vejez que me reconcome desde que no soy nadie.
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