jueves, 17 de junio de 2010

De sandías y yonkis



Vuelvo a sentirme yo en el equivocarme. Me descubro una y otra vez mi mirada para adentro, apuntando en la gran lista un nuevo momento de inflexión, amable y simpático como mi mejor yo; y con la llave de paso en una mano y el chorro de agua brotando hasta cubrirme las rodillas:

Unas tetas cobrizas fantásticas que quitan cualquier miedo al hambre y al sueño. Desde luego que sí. Demandando cariño en mi puerta, eso que siempre pensamos no va a volvernos a ocurrir. Aún queda alguna madriguera llena de conejos.

La gente necesita a la gente, más que cualquier otra cosa. Necesita un masaje en el cuello y un abrazo de alguien a quien nunca hayan abrazado. Necesita un polvo lento y fruta.
Y yo, además, necesito a una de esas que fueron lolitas con doce años y ahora se les ha olvidado. Y Humbert ya avisó de que hay poquísimas.

Estoy harto de ver palomos gordos infectos achuchando a las palomas por la calle, sabiendo que, si su panza les permite aguantar la persecución, mojarán; y la dejarán con un huevo dentro.
Estoy harto de ver casados y casadas. De ver parejas de viejos camino a casa o a misa. Quiero que toda esa mierda no me afecte y echar antes de desaparecer doce polvos de esos que quitan varios años de vida.