miércoles, 26 de mayo de 2010
Épica hiperrealista
Más o menos, de una manera muy serrana y paciente,
se han escrito los capítulos anteriores que han traido al protagonista hasta un estado de semisatisfacción por lo deseado con ganas,
y de sedición malsana por lo poco sujeto con las manos.
El mundo se ha portado algunas veces, eso no lo voy a discutir nunca;
están los documentales de animales que nos yerguen sobre hombros de gigantes.
Y el blues.
La cultura en manos de nadie.
Las panaderías abiertas a las cuatro de la mañana.
La descripción y estudio de todas las especies, yerbas, simientes.
Lavapiés, el pastel de cabratxo, las historias de balleneros,
el Nuevo Periodismo, Vittorio Gassman,
la sátira, las lentes de contacto, Josèphine Baker,
Iris Murdoch y su relación con John Bayley,
y, sobre todo, las religiones que tienen animales por dioses.
¡Vivimos tanto a través de las posibilidades de otros que no entiendo como no estamos de celebración continua!
...Agujero negro narrativo...
Pero luego está este puto enjambre de venas y fibras musculares intoxicadas impidiendo llegar hasta donde dicta la imaginación (puta, puta imaginación).
"Sabía pegarse cuando no se pegaba y ahora practicamente sangra si cambia un poco el tiempo.
Pero se acuerda de sus ideas, vendió sus ideales bien barato para no darles más vueltas y se concentró siempre en sus ideas (o idas de olla o mentiras o propaganda de grandes multinacionales).
Con el soniquete constante de espicharla en la cuneta.
La amenaza del hombre del saco en el que nos transformamos cuando cumplimos los 25 tiene presas todas las oportunidades, maniatadas y obligadas a estar tiradas por el suelo.
La última, en su turno de ir al baño, engaño al "secuestrador", se escapó por un ventanuco y se infiltró entre la multitud de las malas ideas.
Las anteriores que escaparon a ella usaron tretas, poco más o menos, igual de ridículas.
Pero las que quedan dentro y quiere rescatar -muy importante este punto- ya deben estar impacientándose.
Ya sueñan con un tipo cualquiera al rescate, aunque llegue sin pectorales ni sonrisa noventera; uno del que poco importa que le claree el cartón, tenga pelo en los nudillos o se le quede baba seca por la boca.
Y llega tarde, pero tiene intención de llegar.
Va de camino, parándose en cada portal a ver si ve un timbre pintado de rojo y/o enfrascándose a repetir a todo el mundo las deliciosas idiosincrasias del mundo animal; sí, pero va en la buena dirección.
Va decidido a enfrentarse con su ego, su yo, su superyo y todos los tús que ha malinterpretado; y conociéndole, sus enemigos no pueden ser muy peligrosos.
Será una de las peores escenas de acción de la Historia. No cabe duda".
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