martes, 24 de junio de 2014
Protesta violenta contra la vida lenta
De adolescente vi a Marcel Marceau actuando en Zaragoza. Tenía la peor butaca del teatro: estaba en el gallinero en un lateral y con una columna delante que me obligó a ver la obra de pie abrazado a ella. La entrada más barata. Estaba solo; también por aquel entonces.
Aún recuerdo a aquel tipo, sólo, en el escenario vacío, interpretando a más de diez personajes a la vez, en lo que se suponía era la casa de Marceau. Sólo con mímica conseguía que supieses, en cada momento, quien era cada personaje...ni siquiera llevaba atrezzo de refuerzo. No podías perder la atención; Marceau sonreía a todos los invitados, atendía todas las necesidades, abría constantemente la puerta y contabas la gente que había en la habitación con cada apretón de manos. Por extraño que parezca, llegabas a sentir el agobio de la multitud, la frustración de Marceau cuando se entregaba y perdía.
El mimo acababa fuera de su propia fiesta, sentado en el rellano, solo, harto de tanta pollez social. Sin indicio de derrota se ponía de pie, cogía aire exageradamente y entraba de nuevo saltando y gritando como si estuviese en una rave, agarraba a algún invitado y bailaban un tango lisérgico, luego abrazaba, reía a carcajadas y se acababa marchando toda la escena al fondo del escenario hasta cruzar el telón; todo hecho por un viejo enjuto con la cara de blanco y nada más.
Era conmovedor, tenía tantas sublecturas aquel simple mimo en escena que abrumaba; creo que a eso lo llaman "sublimación" en la tragedia y si se opina que no es así a Marcel y a mí nos la bufa.
Porque claro, Marceau es un mimo, y el clown es la existencia trágica de la vida y su vehículo es el humor. Quien no sabe que tragedia y humor van de la mano...mal.
En conclusión, yo forjé mi clown por Marcel Marceau.
El clown está íntimamente relacionado con la sensualidad, con el presente continuo. Es el ser contra el mundo: quiere su respeto, su admiración, necesita su risa. Y es trágico porque el público no va a darle nada más.
El clown es experimentación, es adicción. Y uno de los pilares en los que considero se sustenta el arte.
En España, tuvimos a Charlie Rivel. Un payaso mundialmente famoso del que, hasta hace poco, se desconocían algunos turbios detalles de su vida: que triunfó por la fama del clan formado por su padre al que luego le quiso arrebatar el valioso apellido para los de su propia estirpe; su apego al nazismo hasta conseguir ser el payaso predilecto de Hitler o el acercamiento a Franco cuando huía de las represalias francesas tras la contienda.
A veces se piensa que la derecha no tiene artistas de renombre, bueno, ahí queda Charlie, un clown de toma pan y moja:
- Durante una actuación, Rivel no podía empezar su número, un niño pequeño lloraba asustado y todo el público estaba pendiente del pánico que, aquel payaso -que hay que reconocer daba bastante mal rollo-, causaba al chico.
Rivel se acercó y fue a acariciarle la cabeza, lo que provocó que el niño se asustará mucho más. La imagen era graciosa para el público que consideraba aquello un "espectáculo" y Rivel dio un golpe de efecto en contra de una de las máximas del clown, "si funciona, continúa, reitera, acumula" (aún recuerdo al clown Andrés del Bosque subido a una silla con cara de memo y medio segundo después amenazándonos con la misma silla en ristre sobre su cabeza y consiguiendo el descojono general).
Rivel sólo lo hizo para dejar bien claro lo lejos que está el espectáculo del arte.
Charlie se fue al centro de la pista y sentado empezó a llorar también. Las risas se diluyeron. El efecto poco después fue que el niño entró en shock; "aquel monstruo se expresaba igual que él", un niño entendía que su propio miedo entristecía a aquel tipo raro; y cuando Rivel se acercó al niño ya calmado, éste le ofreció su chupete al payaso.
Ese chupete se guarda en el Museo Charlie Rivel de Cubellas y expresa bastante bien la lucha anarquista del payaso (sí, anarquista y payaso oficial del nazismo, qué pasa), cualesquiera sean las inclinaciones "empresariales" de su portador; ese chupete es la única conquista que puede permitirse el individuo: la fraternidad.
El clown que saqué (porque el clown se saca, claro) era terrible: se lesiona físicamente con el amor, roda por el suelo cuando se bloquea y guiña ortopédicamente el ojo al público. Cuando habla pone pose de sabihondo y acaba justo después las sentencias prometedoras con "blablablabla..." para acabar gritando "BLABLABLÁ" y cuando mira el reloj se enfada de lo lento que pasa el tiempo y se echa a dormir lejos de casa.
Dejé el clown cuando ya me sabía las risas de los de siempre, pero me resurje cuando conozco a alguien de nuevas. Soy un yonki de vuestras risas, y es una actitud que no me infravalora jamás. No sé qué es lo que tiene ese sonido gutural y esas cabezas inclinadas, unas hacia atrás, otras precipitadas hacia adelante; pero disparan las alertas de todos los censores, todos fijan sus miradas en las pantallas donde salís partiéndoos el culo y hacen zoom sobre el elemento transgresor, y mirándolos de reojo les levanto mi dedo corazón.
Abrir las puertas es mi vocación.
Marcel Marceau murió en septiembre de 2007, en la localidad francesa de Cahors, en los Midi-Pyrénées, en la región de Occitania. En Cahors, con apenas 20.000 habitantes ganó el No a la Constitución Europea,
y en las elecciones de 2004 el Frente Nacional no presentó candidatos en los cantones que forman la zona, los socialistas, comunistas y radicales obtuvieron el 57,9% de los votos, la derecha tradicional el 34,8%, y el resto se repartió entre candidatos de extrema izquierda y verdes que no concurrían en todos los cantones. Un payaso, claro.
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