De adolescente vi a
Marcel Marceau
actuando en Zaragoza. Tenía la peor butaca del teatro: estaba en el
gallinero en un lateral y con una columna delante que me obligó a ver la
obra de pie abrazado a ella. La entrada más barata. Estaba solo; también por aquel entonces.
Aún
recuerdo a aquel tipo, sólo, en el escenario vacío, interpretando a más
de diez personajes a la vez, en lo que se suponía era la casa de
Marceau. Sólo con mímica conseguía que supieses, en cada momento, quien
era cada personaje...ni siquiera llevaba atrezzo de refuerzo. No podías
perder la atención; Marceau sonreía a todos los invitados, atendía todas
las necesidades, abría constantemente la puerta y contabas la gente que
había en la habitación con cada apretón de manos. Por extraño que
parezca, llegabas a sentir el agobio de la multitud, la frustración de
Marceau cuando se entregaba y perdía.
El mimo acababa fuera de su propia fiesta, sentado en el rellano, solo, harto de tanta pollez social. Sin indicio de derrota se ponía de pie, cogía aire exageradamente y entraba de nuevo saltando y gritando como si estuviese en una rave, agarraba a algún invitado y bailaban un tango lisérgico, luego abrazaba, reía a carcajadas y se acababa marchando toda la escena al fondo del escenario hasta cruzar el telón; todo hecho por un viejo enjuto con la cara de blanco y nada más.
Era
conmovedor, tenía tantas sublecturas aquel simple mimo en escena que
abrumaba; creo que a eso lo llaman "sublimación" en la tragedia y si se opina que no es así a Marcel y a mí nos la bufa.
Porque
claro, Marceau es un mimo, y el clown es la existencia trágica de la
vida y su vehículo es el humor. Quien no sabe que tragedia y humor van
de la mano...mal.
En conclusión, yo forjé mi clown por Marcel Marceau.
El
clown está íntimamente relacionado con la sensualidad, con el presente
continuo. Es el ser contra el mundo: quiere su respeto, su admiración,
necesita su risa. Y es trágico porque el público no va a darle nada más.
El clown es experimentación, es
adicción. Y uno de los pilares en los que considero
se sustenta el arte.
En
España, tuvimos a Charlie Rivel. Un payaso mundialmente famoso del que,
hasta hace poco, se desconocían algunos turbios detalles de su vida:
que triunfó por la fama del clan formado por su padre al que luego le
quiso arrebatar el valioso apellido para los de su propia estirpe; su
apego al nazismo hasta conseguir ser el payaso predilecto de Hitler o el
acercamiento a Franco cuando huía de las represalias francesas tras la
contienda.
A veces se piensa que la derecha no tiene artistas de renombre, bueno, ahí queda Charlie, un clown de toma pan y moja:
- Durante
una actuación, Rivel no podía empezar su número, un niño pequeño
lloraba asustado y todo el público estaba pendiente del pánico que,
aquel payaso -que hay que reconocer daba bastante mal rollo-, causaba al
chico.
Rivel se acercó y fue a acariciarle la cabeza, lo que
provocó que el niño se asustará mucho más. La imagen era graciosa para
el público que consideraba aquello un "espectáculo" y Rivel dio un golpe
de efecto en contra de una de las máximas del clown, "
si funciona, continúa, reitera, acumula"
(aún recuerdo al clown Andrés del Bosque subido a una silla con cara de memo y medio segundo después amenazándonos con la misma silla en ristre sobre su cabeza y consiguiendo el
descojono general).
Rivel sólo lo hizo para dejar bien claro lo lejos que está el espectáculo del arte.
Charlie
se fue al centro de la pista y sentado empezó a llorar también. Las
risas se diluyeron. El efecto poco después fue que el niño entró en
shock; "aquel monstruo se expresaba igual que él", un niño entendía que
su propio miedo entristecía a aquel tipo raro; y cuando Rivel se acercó
al niño ya calmado, éste le ofreció su chupete al payaso.
Ese
chupete se guarda en el Museo Charlie Rivel de Cubellas y expresa
bastante bien la lucha anarquista del payaso (sí, anarquista y payaso oficial del nazismo, qué pasa), cualesquiera sean las
inclinaciones "empresariales" de su portador; ese chupete es la única
conquista que puede permitirse el individuo: la fraternidad.
El clown que saqué (porque el clown se saca, claro) era terrible: se lesiona físicamente con el
amor, roda por el suelo cuando se bloquea y guiña ortopédicamente el ojo al público. Cuando habla pone pose de sabihondo y acaba justo después las sentencias prometedoras con "blablablabla..." para acabar gritando "BLABLABLÁ" y cuando mira el reloj se enfada de lo lento que pasa el tiempo y se echa a dormir lejos de casa.
Dejé el clown cuando ya me sabía las risas de los de siempre, pero me resurje cuando conozco a alguien de nuevas. Soy un yonki de vuestras risas, y es una actitud que no me infravalora jamás. No sé qué es lo que tiene ese sonido gutural y esas cabezas inclinadas, unas hacia atrás, otras precipitadas hacia adelante; pero disparan las alertas de todos los censores, todos fijan sus miradas en las pantallas donde salís partiéndoos el culo y hacen zoom sobre el elemento transgresor, y mirándolos de reojo les levanto mi dedo corazón.
Abrir las puertas es mi vocación.
Marcel Marceau murió en septiembre de 2007, en la localidad francesa de Cahors, en los Midi-Pyrénées, en la región de Occitania. En Cahors, con apenas 20.000 habitantes ganó el No a la Constitución Europea,
y en las elecciones de 2004 el Frente Nacional no presentó candidatos en los cantones que forman la zona, los socialistas, comunistas y
radicales obtuvieron el 57,9% de los votos, la derecha tradicional el 34,8%, y el resto se repartió
entre candidatos de extrema izquierda y verdes que no concurrían en
todos los cantones. Un payaso, claro.