domingo, 24 de enero de 2010
La vida es una enfermedad de transmisión sexual
Nunca elijo sabiamente y pocas veces conspiro, lo mío es decantarme;
girar el manillar, virar a la calle menos concurrida. Salvo al follar, allí es más una rendición: apostatar.
Nunca me paro a pensar nada por problemas de tiempo. Tiendo más al divagar o a achicar las aguas del océano. Y sin darle validez al mundo mental, porque los sentidos acaban escaqueándose del deber.
Siempre veo lo prehistórico en la gente, lo acelerado y lo instintivo; porque soy la medida de todas las mentiras y verdades.
Aunque en mi ofuscación perenne me impresiono con todos vosotros.
Siempre juego con miedo a entender las reglas; es la única manera de ganar siempre lo poco que implica el premio. Lo poco que implica el tiempo. Y el amor al tiempo.
Sólo en ocasiones perfectamente ingobernables se alza el día con una batuta luminiscente; sobre la que subyugamos el destrozo de nuestros pasos. Y con la polla bien dura salgo en pos del niño que fui, en tiempos que no me pertenecieron, para enseñársela y que sepa que el horror es una mala noche dentro de nuestras cabezas, y que todo lo demás es gospel y que los dioses nos escuchan y nos respetan.
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Venga Luis, es tu turno.
ResponderEliminarLa verdad es que hoy no se me ocurre nada...
ResponderEliminarbueno si acaso recuerdo ese soneto de Shakespeare, el 129 que concluye:
"Lo sabe todo el mundo y nadie sabe modos
de huir de un cielo que a este infierno arroja a todos"
ahi queda dicho