martes, 8 de diciembre de 2009

Uzi Trigger

Estamos acorralados por el mar y a mí siempre me han dado vértigo las olas incansables. Y cuando el mar está en calma me parece el peor engaño, el de siempre. La sensación de ser ratas que abandonaron el barco y llegaron a la costa.
La música que hicimos luego constata la presunción del superviviente.

Y el cantante de Noir Desir por violento, por maltratador, por asesino; arde en el incendio provocado por sus suegros. Y Marvin Gaye todavía sangra mirando acojonado a su padre. Y PuertoHurraco es alta política, desde luego. Cacería cinegética estalinista.

La familia es el legado, la herencia por la que los hermanos discuten, el descubrir la versión idéntica a nosotros que es el padre. El peso de la madre en cada movimiento de niño acabado que nos sale. Los hermanos son humo, recuerdo, tiempo de orfebre y de filigrana que nos es concedido... o imaginado.

Y volver a casa es lo que hacemos todos, sin sentirnos ingratos a tiempo completo; como quien viaja a París y siente que ya había estado allí.
Pero casarse es darle la espalda a lo enseñado, al contrario que amar que sólo es un juego ensordecedor que rebaja la agonía constante, el enroque entre mortales para asomarse a los riscos e inevitablemente tener una baja en el uno contra otro.

Luego está todo lo demás, salpicado de una manera u otra por el intento.
Pero seguimos empeñados en demostrar que estamos en el buen camino, en el de los inocentes; como si tal cosa fuese posible. Vislumbramos el alto de la cuna e imaginamos que al otro lado debe estar Dibullywood.
Desde el primer pisotón al suelo que se da de niño ya estamos en campo minado, y de los que yacen a los lados, la mitad son farsantes que se hacen los muertos...como si, cuando todo pase, seguir vivo mereciese la pena más que haber luchado contra las bestias.

Sin canciones, ni bragas en vena, ni orejas salidas de la piscina, mi cara se pone imbécil. Sin manos de tia rascando mi carne en busca de las tres cerezas del premio. Sin bastiones femeninos retándome a entrar con sus cuchicheos, mi mirada se vuelve santa. Se vuelve vieja y se va a la mierda. Se me encharcan los pulmones cada segundo que recuerdo que pude haber sido mucho más feliz, si no fuese porque fue tremendamente real. Tremendamente mío.



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