Que F. me suelte así, sin matiz ni gesto de aviso, que "el menú para las reuniones de la ONU siempre incluye salmón", me descoloca para siempre.
Me ha sonado a maldición vudú, a conjuro cimmerio. Pero creo que he entendido de qué se trata; no el tema de Ban Ki-moon con una pierna en cada roca del río cogiendo al vuelo salmones, sino sobre los cambios que se han producido en mí, una vez pronunciadas esas palabras. O mejor dicho, la certeza de que nada va a cambiar en lo esencial.
Veintiseis o veintisiete, no sé. Se acabaron las pijadas. En la ONU comen salmón y las diez mejores geishas del mundo les sirven el té.
Tamara, Tamara, Tamara, Tamaraaa.
Se terminó el llevar mochila a todas partes, se acabó el DYC, punto final a las resacas acompañado, pero punto y seguido a mi esclavitud sexual; a mi pesar.
Todo el rato va a sonar Temptation de New Order.
Me guardo las preciosas opiniones en el neceser y salgo de la ducha que sea. Empieza la mejor parte del partido: voy a meter un triple con el codo subido a horcajadas en el toro que mato a Paquirri mientras hago gárgaras con Golden Grahams.
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