La cosa estaba así, la subvención no llegaba y le habían despedido para darle su puesto al hijo de algún gilipollas mejor relacionado. Llevaba tanto tiempo en aquella ciudad que ya no tenía gracia.
Los tiempos de reir a carcajadas con nada y ración diaria de jodienda, ya sólo existían en la televisión. Ni siquiera compraba speed o pastillas, aunque se las pusiesen en la mano.
Temblaba por las noches, sintiendo que, como si de un primer alzheimer se tratara, sólo era cuestión de tiempo que se obsesionase con parir. Y en cuanto recobraba las fuerzas, se dormía.
Vivió en Japón 2 años, allí se caso con un italiano, Manoel, quien la dejo cuando empezó buscarse la vida en la calle. Ella bromeaba diciendo que los japoneses no consiguieron nunca hacerla sentir sucia... al menos no tanto como Manoel. Al día siguiente tomo un vuelo y salió del país, no había hecho amigos en Tokio y si los había hecho no parecía suficiente.
Por supuesto, era mucho más guapa de lo que pensaba; como pasa siempre. Se podía pensar que acababa de salir del instituto, y sin embargo iba a cumplir 34.
Tras correr, andar es realmente deprimente.
Esa mañana, con un billete en la mano para huir de nuevo de la ciudad donde no podía pagar el alquiler, Hernán, tirado en una cuneta, le estaba llamando a su movil. Ella tardó unos minutos en comprender; aquellas personas en silla de ruedas siempre la habían puesto nerviosa, nunca estaba ahí, cuando estaba allí con ellas.
...A veces, basta con atender un simple recado para que nuestra vida no cambie a mejor.
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