jueves, 15 de octubre de 2009

Un detective indiferente III: Un palo entre los radios



Noche cerrada en las afueras, lejos de los neones y la contaminación lumínica del centro. Sobre la colina, a escasos dos kilómetros del centro urbano, el puesto de vigía habitual: cámara reflex digital en modo visión nocturna con teleobjetivo, botella de licor de café y número del teletaxi para cuando finalice el trabajo.

Identidad del objetivo: indiferente. Hernán lo ha renombrado en su agenda como "1.400 billetes". Se le ha pedido que saque instantaneas de los movimientos nocturnos dentro de la finca, durante una semana, elaborar patrones de actividad, minutarlos... La clásica información necesaria para que unos asaltachalets puedan dar un golpe efectivo y seguro.

Es martes y es el último día de trabajo. El objetivo y su mujer se acuestan temprano entre semana. Sobre las 04:00 y las 05:00 hay movimientos de vejigas, pero el resto de la noche transcurre tranquila. Los miércoles la mujer se marcha con uno de los tres coches y, a las pocas horas, su plaza la ocupa la amante de él.

Hernán se pasa las noches bostezando y fumando. Pero el trabajo termina y va a cobrar bien esta vez...y no soportaría otro miércoles en el que todos follan mientras él se jode de frío.

Las 07:00 de la mañana, en la casa empiezan a despertarse y Hernán llama a Leo, el taxista de confianza para los trabajos. Pero el teléfono comunica, algo especialmente irritante cuando Leo está avisado del horario y su función. Diez minutos después la situación se repite. Y media hora después.
Cuando los coches del objetivo y el de su esposa salen de la finca, Hernán se percata de lo cerca que se ha colocado esta vez del camino a la carretera privada.

_ Puto gilipollas, taxista de mierda..., masculla entre dientes, mientras se tira por la ladera tras lanzar lejos la botella y ponerse la correa de la cámara al cuello; a escasos cien metros de los coches.

La sangre de la boca y de las mejillas son la parte visual del ostión. La camisa rasgada, la rueda derecha de la silla retorcida y los apoyapies veinte metros más abajo. Cuando han pasado veinte minutos más, Hernán se desahoga gritando y maldiciendo a Leo, a los ricos soplapollas, a las zorras buscavidas y a los bípedos en general.
Tras unos minutos más de pura catatonia física de invalido, Hernán marca el número de Servicios Sociales y pregunta por Sara.

_ Hola... ya va siendo hora de que me veas en el suelo.

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