miércoles, 13 de julio de 2011

El detective indiferente VII: Intercambio infructuoso




Me levanto con medio cuerpo sacado por la ventana y haciendo aspavientos con los brazos. Así empieza un día con huevos, di que sí...el hecho de vivir en un primero y que mi ventana de a nuestro propio patio interior le quita emoción pero no significado. Intento reconocer el aroma a café recien hecho en la cocina, pero en su lugar huele a cocido en la de la vecina; claro son las 15:01 p.m y no ha sido martes 13 de pura chiripa.
          Me giro aupándome sobre la ventana y miro el ordenador que lleva con la musiquita del menú de un film japonés unas siete horas. También están unos cuatro trabajos empezados a la vez sobre el nacimiento de las gazetas, los boletines y la prensa de la sociedad de masas...una fiesta, vamos.

Llega mi compa de piso L. y me cuenta cosas del futuro que ya están aquí: impresoras que imprimen figuras tridimensionales, mapas en 3D que se configuran con valores dados de gradación de la escala de grises para la profundidad...Un montón de cosas que no entiendo demasiado pero que sé causarán furor el año que viene en la Fnac.
         Friega lo que no he fregado yo y se va a echar una siesta como hacían la familia Caraconos de Dan Aykroid.
L. es una tía que nunca se rinde y le resulta enternecedor que yo encuentre tanto significado en la derrota; como si no viese la silla de ruedas que tengo debajo o como si fuese una broma excéntrica que hago todos los días .

Y hago lo que tengo que hacer, café. Y retorna a mí el deseo imperante de escapar; no la fantasía romántica de visitar exóticos lugares antagónicos de siempre, no, ni para definirme en nuevos aspectos no localizados todavía de mi carácter; sino huir para poder respirar, alimentarme y hacer el amor de verdad, darme de ostias con asiáticos que practiquen el muay-thai desde los diez años, cruzar el desierto con una bolsita de sal como único truco de supervivencia...ese tipo de viajes.
         Viajes de borrado completo de las células que soy ahora y personarme en la nueva hornada de microorganismos que me formen.

Pero empieza a aullar la cafetera y meto la nariz dentro, se me abren los poros de la napia y el café inunda mi ser; es mi baño facial matutino y a veces de media tarde.
La ducha hace su trabajo. Suena el teléfono, no lo cojo; luego veré que era B. y me sentiré culpable. Luego pienso que no era P. y que nada es para tanto.

Abro este blog decidido a contar algo cotidiano, de mi vida real...qué duro es llamarla real a estas alturas de partido. Y quiero hacerlo paso a paso, por si encuentro la magia de las cosas sencillas de la que hablaba Proust. Me levanto a medio escribir a comerme una magdalena del Mercadona, y como estoy sugestionado, recuerdo las que me daba la vecina de mi abuela que tendría como ciento dos años -no he vuelto a conocer a nadie tan viejo- y cómo las ojeras cobraban un nuevo significado de flaccidez en ella. Escupo la bola de harina cruda tecnofacturada y me vuelvo a sentar frente a esto.

Quiero volver a la sociedad gremial, quiero apuntarme a una FP y dejar esa asignatura suelta y toda la carrera con ella, quiero estar a la altura de mis derrotas cuando tengo la posibilidad. Porque un mundo en el que ya no existen senseis es un lugar donde no se aprende nada, ni qué hacer con los inventos del futuro, ni con los recuerdos del pasado, ni con el tiempo del presente.
       Y lo escribo todo, y casi siento alivio aun sabiendo que es un falso alivio y que esto no ha hecho más que empezar.

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Una loca de las de manual que vive en el tercero grita como una poseida como si estuviese echando el polvo de su vida; yo no me creo su locura porque tengo claro que lo hace para joderme. Igual que preparar un cocido aunque viva sola y tenga que estar comiéndoselo toda la semana.
       Algún día contaré mi relación con la vecina y de como nos enrollamos para disfrute y cachondeo de todos los dioses nórdicos de la putada.
Pero no hoy; hoy me la juego a que ya está contado.

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