domingo, 2 de enero de 2011
El turista accidental
No hay gente entre cartones, ni hay kundas dando vueltas a la manzana. No hay parejas de latinos dando voces por la noche, ni resulta fácil hacerse con un camello a las horas en que realmente hacen falta. No se ve a los parados enterrados entre vasos, ni las prostitutas parecen actrices de Hollywood interpretando el papel de perdedoras de cinco a una...este sitio es irreal, es más falso que una postal y no logro saber dónde oculta la basura que genera.
Aquí es donde me crié.
Sólo sé que abandoné este lugar hace seis años montado en un majestuoso dragón púrpura con una gran chica de paquete, prendiendo en llamas todos los vehículos de la autopista a mi paso y la mirada fija en un machair al que arribar: un lugar donde la gente moría riendo.
Posiblemente, el lugar más infecto de la tierra, como lo de aquella ballena que fue a morir a la playa tranquila y se encontró con el Algarrobico. Y donde fui feliz un tiempo porque la gente moría riendo.
Mi dragón ya no está conmigo, me fue sustraido una noche por alguien más indeseable que yo. Lo habrán engordado con parsimonia y poco talento y andará en algún sofá viendo al Buenafuente.
A veces se acuerda de mí, no me cabe duda.
La chica, bueno, la chica se dividió en dos y dejó conmigo la mejor parte. Al menos la mejor para mí.
Claro que eso nunca es suficiente; ni que decir tiene.
Ahora cojo el metro y viajo a otros planos donde las cosas tienen más gracia. Un lugar donde permanecen los orgullosos wyverns a la espera de un amigo humano.
Odio la nostalgia por lo que produce, pero cuando me encuentro atrapado por ella me concentro en anhelar lo irrepetible y la promesa de subvertirlo si se me concede.
Para no tener que morir riendo por ofuscación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario