viernes, 4 de septiembre de 2009

...Nunca reverdecieron los maizales

Mire donde mire sólo veo errores, los mios, los del resto y los invisibles.
Esperad, creo que no he empezado bien. Otra vez...
Ha evolucionado mi mirada, y justo por debajo del iris puedo veros las rodillas: a veces sangrantes de tiraros por el suelo; a veces grumosas, señal de que esta parte de vuestra vida no está siendo memorable.
Luego subo la vista y os veo fuera de vuestras cabezas, en sitios peores.



Ya casi no pierdo el tiempo en la calle, y acabo recogiéndome en casa .
Me entristece hasta el barrio más bonito del mundo.
Y pienso en vivir borracho, todo el rato, sin descanso. En perseguir a Lauryn Hill por el mundo.
En correr todas las carreras del planeta, en dirección contraria. Pienso en mi madre y lloro, o acabo pensando en mi madre cuando lloro. Pienso en llenarme el estómago de piedras y lanzarme de espaldas al mar más cristalino que encuentre; saludando con la mano a la superficie, hasta que se oscurezca.




Pero pensar nunca me sirvió de nada, nunca se cumplieron mis pensamientos; aunque creyera que sí. Lo único que pasó fue el tiempo y el deterioro. ¿Tenéis otros dioses que se manifiesten más? No quedan chispas de los montes incendiados, y ninguna flor fue nunca mi favorita.
Entendí pronto que prefería leer a Machado que enfrentarme a la vida, que los brillos de las piedras son recuerdos, que mi cuerpo no atesora las caricias, pero mi orgullo sí. Y como flashes, rememoro todos los charcos de lefa secándose en cuestión de segundos. Y me pregunto si lo demás es por mal perdedor.
Y sólo pido una fatwa universal en mi nombre, de la que me pienso defender con cristales e ira. Porque lo último que se pierde es la ira.

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