domingo, 9 de mayo de 2010

Bocadillo de camomila




No estoy para narrativas normales, amigos. Me quedo con la épica-química, el western atmosférico, la intriga de la coexistencia espacial y la novela criminal. Todo lo demás es novelucha romántica, discursito pedagógico de fariseo y cabrito y moralina judeocristiana (de la chunga, nada que ver con el "cine de la inquietud moral", por ejemplo).
A la hora de los estilos, necesito un poco de "Cut-up" a lo Burroughs, un compromiso total con el juego como hacía Cortazar y una sinceridad completa... acobardada en el último segundo para pillarla buscando un escondite en el salón.

Mi lenguaje está en búsqueda; por fin, ya me comí los huevos de niño lector asocial y resabiado. Ando abierto de piernas a todo el lenguaje panamericano (una buena muestra de ello *), y un compendio de dioses y demonios suficiente para formar el panteón léxicográfico que abarrote mis farragosas subordinadas -muerte anunciada en el pasado de esa quimera sosísima y bienpensante que es el párrafo corto-

La voz. Nunca hubo duda. Tercera persona cuasi omnisciente cuando se trate de castigar, totalmente omnisciente cuando me sienta con flow y más dado a la prolepsis que a la analepsis (es decir, más dado a joder los chistes que a mejorarlos); por último, primera persona...bueno, si empiezo en primera persona todo el mundo al suelo.

En cuanto al ritmo: siempre pensé que la única evolución de un cuentacuentos y de un tiralineas estaba ahí. Así entendí la evolución de una época literaria a otra en el colegio y así lo sigo viendo. Y por eso no he tenido ritmo alguno y tengo que escribir con música a toda ostia.

Si entro en descripciones cuando escribo se debe a tres posibles motivos: o necesito despistar, o estoy todavía entripado con algo que he soñado o quiero relajar alguna taquicardia escribiendo y
me da igual perseguir o no a las musas con el bate de beisbol.

De todos es sabido que cuando se escribe sobre el proceso de escribir, o sobre el enfrentamiento con la página en blanco, o sobre el papel de creador, es que no hay nada serio que decir y que ya no se es escritor. Y ahora queda, según el concepto de trascendencia, plantar un ñordo y tener un monstruo.


* "¡Qué gonorrea! ¡Qué vaina tan cruda y tan bacana!"



1 comentario:

  1. No me gusta el último párrafo... el resto sí, como siempre. Por cierto... he visto ya Jeremiah Johnson y me ha gustado todavía más de lo que esperaba, cojonuda!

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