miércoles, 9 de junio de 2010

Revisionando a los clásicos III: A guide to recognizing your saints






"Lo dejé todo y a todos; pero nadie, nadie... me ha dejado a mí"


Si tuviera un arma no recomendaría esta película intentando desentrañar todo lo bueno que tiene (y bueno también de bondad, de la verídica, de la que se respira tras toda una vida ahogándote), no intentaría hacer campaña de la primera película de un tal Dito Montiel, basada en su propia novela autobiográfica. Si tuviese un arma la ibais a ver porque sí y punto.

Pero no la tengo. Así que por partes.

Dito estaba harto de su barrio, de cómo le amenazaba de muerte cada día, de cómo truncaba los sueños de sus amigos de la infancia, de cómo todo lo hermoso se pudría entre bromas de padre fracasado y novias que tienen la vida ya decidida. Y Dito se marcha. Y que les follen a todos.
Se hace escritor y escribe sobre lo que conoce: sus amigos, su madre, SU PADRE (¡qué a todo esto es el puto Chazz Palminteri!)... Y no sabemos que ha escrito; pero nos iremos haciendo a la idea.

Quince años después vuelve al barrio porque su padre está enfermo. Desde que pisa el barrio, Dito va recibiendo honestas críticas sobre su marcha que el confunde con reproches.
En realidad, el que tiene asuntos pendientes con el pasado es él y poco a poco los pone frente a sus allegados.

La película salta del Dito de 16 años que se va llenando de deseos y sobre todo miedos, al de 30.

Es una película sobre Nueva York, y tiene algo increíble en su descripción: no copia a Scorsese. Esta Nueva York se parece a tu pueblo en verano, a tu barrio después de las clases (si no eras un verdadero gilipollas, claro); es la infancia de casi todos.

Y lo mejor de todo es la esperanza de que cuando vuelvas, al igual que en la película, nos daremos cuenta de los errores: la novia ya es madre, los amigos ya están de vuelta de ti, la madre te descubre que la actitud de madre es justo lo que siempre has necesitado y el padre...bueno, eso lo mantenemos en secreto.

Toda una vida huyendo para poder sentir, y descubrir que, al final, sentir es lo contrario de sentirse satisfecho.

P.D: Boyero vuelves a ser un soplapollas.



martes, 8 de junio de 2010

Revisionando los clásicos II : Frost/Nixon



Aún no me explico que pinta Ron Howard llevando esta tremenda película a buen puerto; porque, si exceptuamos Willow, el resto de su filmografía se espachurra en la acera de madura que está: aquella de Tom Hanks y la sirena, Apollo 13, la muy-pero-que-muy fascista Ransom o la soporífera y chulopollas Backdraft (aquí Llamaradas o "la película que condenó a todos los que participaron en ella a hacer un parón obligado en su carrera").

Frost/Nixon la podría haber firmado el desaparecido S. Pollack si hubiese sido más cínico y más cabrón, aún.
Y no sé si es que ya he tocado fondo o qué, pero me he reído un montón con este desafío entre Nixon y Lorenzo Milá.

Por muchas razones, pero la más básica de todas es que está película sobre periodismo de investigación dedica menos de un minuto a la parte de rastrear la mierda del señor Nixon, en parte porque sería un plomo, sí, pero, sobre todo, porque el meollo se reduce a que Nixon lo tenía bien jodido (obviando que el tipo no fue a la cárcel y obtuvo el indulto total y automático de parte de Gerald Ford).

Esta no es la historia de como el mundo paga 2.000.000 de dolares por no juzgar a Richard Nixon-la mitad del film trata sobre la financiación de la entrevista-, sino que trata sobre como el show televisivo consigue derrumbar a un hombre que no sabe esconder su odio a los demás.

Porque perseguidor (un David Frost vividor y pusilánime) y perseguido (el Nixon más cabrón y reaccionario) no están, necesariamente, jugando al mismo juego.
Uno triunfa cuando ve peligrar su estatus, el otro fracasa cuando presencia la fe ciega de sus amigos...y es al revés de lo que se esperaría por lógica.

Frost/Nixon no es ningún clásico y nunca lo será porque es una película extraña sin épica alguna. Una inmersión, en primera persona, en el mundo del espectáculo político en la figura de un tipo al que se la suda la política. Y por eso gana Frost. Casi sin darse cuenta y sin que merecerlo o no importe lo más mínimo. De hecho, da la sensación constantemente de que Frost sólo está preocupado por la audiencia, y los intentos de Nixon de llevar la relación al terreno del combate resultan anacrónicos y poco realistas. El peor enemigo de Nixon es él mismo.

Gana el nuevo, el que tiene suerte en la ruleta del casino; el otro simplemente hace pública su destrucción sin ser consciente de ello.

Espero que no la vea nadie más o estallaremos de ganas de vivir de tan frívolos que nos volveremos.


domingo, 6 de junio de 2010

Incluso la soledad se puede atravesar



Zaragoza se parece mucho a Chernóbil, tiene abundancia de riberas y enormes arboledas y sin embargo a sus habitantes les valdría con una buena red de catacumbas donde ocultarse. Igual no ha quedado muy claro...ya, es Chernobil lo que se parece a Zaragoza, eso debe ser.
Echo de menos la muchedumbre a todas horas; pero la culpa es mía por anegarme de familia hasta los ojos.
Me caigo de sueño. No he dormido, pero sí he desayunado.
Parafraseando a S. Jerusalem, tengo ahora mismo"una actitud inmejorable para hacer periodismo".

Y ando nervioso queriendo contar algo sobre The Butcher Boy, pero resultaría aún más yermo de lo normal. ¡Y es un pedazo de película, de las de aplaudir hasta con los pies!
Así que cambio de tercio de Flandes -me cabreo al releer- y me decanto por la confesión agustiniana (¡guau, que giro de guión tan inesperado!), algo que me sale siempre solo, como la verborrea casposa a los tertulianos de la tele.
He encontrado informes de evaluación del bachillerato que ya hacían saltar alguna que otra alarma, vocación de pésimo estudiante; de soplapollas, para hacer honor a la verdad; si no estuviese de empalmada a lo mejor no estaba pensando en lo completa que me parece la palabra follar; un "derecho de la persona", según Lisa Bonet.

¡L. escribe, cojones! No me dejes solo en este antiguo oficio de canastillero. Lo mismo cambio de tercio de Mahou y me bajo el Ebro en kayak; haciendo, así, de la vida videojuego, de esos de superar pantalla a pantalla antes de partirle la cara al boss barriobajero de turno.
Me disculpo y me retracto de mis ganas de camorra aragonesa, Zaragoza no se parece a Chernobil, se parece muchísimo más al pueblo de Trillo.