martes, 8 de junio de 2010

Revisionando los clásicos II : Frost/Nixon



Aún no me explico que pinta Ron Howard llevando esta tremenda película a buen puerto; porque, si exceptuamos Willow, el resto de su filmografía se espachurra en la acera de madura que está: aquella de Tom Hanks y la sirena, Apollo 13, la muy-pero-que-muy fascista Ransom o la soporífera y chulopollas Backdraft (aquí Llamaradas o "la película que condenó a todos los que participaron en ella a hacer un parón obligado en su carrera").

Frost/Nixon la podría haber firmado el desaparecido S. Pollack si hubiese sido más cínico y más cabrón, aún.
Y no sé si es que ya he tocado fondo o qué, pero me he reído un montón con este desafío entre Nixon y Lorenzo Milá.

Por muchas razones, pero la más básica de todas es que está película sobre periodismo de investigación dedica menos de un minuto a la parte de rastrear la mierda del señor Nixon, en parte porque sería un plomo, sí, pero, sobre todo, porque el meollo se reduce a que Nixon lo tenía bien jodido (obviando que el tipo no fue a la cárcel y obtuvo el indulto total y automático de parte de Gerald Ford).

Esta no es la historia de como el mundo paga 2.000.000 de dolares por no juzgar a Richard Nixon-la mitad del film trata sobre la financiación de la entrevista-, sino que trata sobre como el show televisivo consigue derrumbar a un hombre que no sabe esconder su odio a los demás.

Porque perseguidor (un David Frost vividor y pusilánime) y perseguido (el Nixon más cabrón y reaccionario) no están, necesariamente, jugando al mismo juego.
Uno triunfa cuando ve peligrar su estatus, el otro fracasa cuando presencia la fe ciega de sus amigos...y es al revés de lo que se esperaría por lógica.

Frost/Nixon no es ningún clásico y nunca lo será porque es una película extraña sin épica alguna. Una inmersión, en primera persona, en el mundo del espectáculo político en la figura de un tipo al que se la suda la política. Y por eso gana Frost. Casi sin darse cuenta y sin que merecerlo o no importe lo más mínimo. De hecho, da la sensación constantemente de que Frost sólo está preocupado por la audiencia, y los intentos de Nixon de llevar la relación al terreno del combate resultan anacrónicos y poco realistas. El peor enemigo de Nixon es él mismo.

Gana el nuevo, el que tiene suerte en la ruleta del casino; el otro simplemente hace pública su destrucción sin ser consciente de ello.

Espero que no la vea nadie más o estallaremos de ganas de vivir de tan frívolos que nos volveremos.


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