sábado, 30 de enero de 2010

Verónica vivió una doble vida y ambas fueron una mierda

Noche bíblica, eso es lo que me ha tocado sin preaviso alguno.
Lo explicaré:
son noches que habrían cambiado el evangelio de cabo a rabo si el chulopiscinas de Jesús hubiese pasado por lo mismo.
Son noches de mujeres que te quieren follar -pero tú a ellas no- y de otras a las que prometes con todas tus fuerzas sexo eterno, pero huyen con media sonrisa de satisfacción
y media de martirio.
Una buena cura a la soberbia. Y me jode, ya que la soberbia es el pecado más cojonudo de todos; eso sí le dio tiempo a aprenderlo al chulopiscinas.
Pero poco después, sin salir de esa calle, mujeres que necesitan follarte como se suplica fruta fresca en la montaña, no saben pedirtelo; y claro, no se lo concedes. Eso sí, te llevas los presentes que te traen desde Damasco,
por eso de seguir pensando que eres un hombre que puede reinar.

Diez minutos después, liderando la marcha hacia la maitinada, localizas a otra mujer a la que acabas imponiéndole un orgasmo.
Por sorpresa, por las bravas y porque cuanto más me odio a mi mismo, más os necesito.

Lo dicho.
Noche de ponerse las alitas con broches y preguntar "dime cúal es tu elegida, Señor, que te la preño"...

De ahí que nunca me asciendan a semental; el vicio lo aprendí en el piso de abajo y el tabú es el chiste de Eugenio que sólo me hace gracia a mí.

De empalmada llego tarde a la cumbre de la ONU,
me siento en una silla que no me pertenece,
pido fuego a mi compañero de la izquierda (el africano que sólo rememora su vocación de jardinero)
y fumo. Como un rayo se me sube a las rodillas mi gato, Kowalski,
me choca los cinco y me susurra: "como a mi todos me caen igual de mal...
hoy tú decides los que pringan
".
Y se duerme en mi regazo mientras me mordisquea el dedo.
Tacho las tres rayas siguientes de la pared de la celda y me duermo regalándole mi último pensamiento a mi abuela, a la que echo muchísimo de menos.



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