jueves, 28 de enero de 2010

Canción triste de Silent Hill

De improviso las nieves se me aparecen en sueños; saliendo de las entrañas de una misa, en forma de ventisca, de las que asesinan viejos y los devoran. Y me escudo en afrentas no resueltas; ni en términos arcaicos, ni con envalentonamientos de la raza.
La sabiduría del que se presiente despojo no me ayuda esta vez; me pillan las fuerzas fuera de mi casa, a expensas de horarios disolutos, de huevos podridos y acero toledano.

Pero el sueño se devora a sí mismo, como la Nada y Fantasía; el tejado de la casa sale volando junto con el ganado y los vecinos. Y me lo acabo tomando como algo personal.

Una vieja, acostada en mi lado de la cama, me sobresalta: " Lo romántico se configura cada vez que lo somos y cada vez que no lo somos. Intentar presenciarlo resulta frívolo, porque lo recordamos como una semilla que brota y lo recogemos como una calabaza cubierta de tierra".
Y dicho esto, me da la espalda y se queda profundamente dormida, la vieja.
Entonces te estoy sirviendo un café, porque mientras los otros camareros intentaban explicarte entre todos, yo he tomado la delantera; para pasarte desapercibido, seguramente.

Cuando para el asombro de toda una estirpe fálica, tras el primer sorbo de café, me aconsejas: "La liberación sexual se encuentra donde menos se enseña, en la masturbación, en una masturbación pública abierta y sana. Donde la excitación haga el papel de moral y/o educación. ¿Existe algo más sugerente en sociedad que una masturbación? Yo creo que no".
Y me siento orgulloso de ti.
Por listilla y por talentosa, en un mismo cuerpo.

Pero todo se difumina e imagino que tengo una vida ordenada, compañera de la causalidad; abro un ojo y os veo, otra vez a todos vosotros, fuera de mí.
Pero aún no lo he entendido, o mejor expresado: aún no he visto morir este poema. Así que me zambullo en todos los mares que conozco y me siento otra vez frente a mi celador, el que marca mis permisos y mis encierros, la mano que mece la orden.

Y me pregunta: ¿A qué teme usted?
Y me da la sensación de que esa pregunta me la sé.
"A no vivir nunca en el ahora, doctor.
Pero llamarlo temor me hace parecer un pusilánime;
y tampoco se trata de una obsesión...
eso me suena a pervertido.
Señor, el verdadero temor de cada día es a no volver a sentir mi cúspide".
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