domingo, 30 de mayo de 2010

Hasta el centro de Camboya no se folla


Acabo de despertarme. O acaban de despertarme dos que son tocayas, mejor dicho. Porque por mi propio pie no salgo de la laguna ni en verano. Me lío las horas, las echo al hombro y dejo que se engusanen y mueran.

Pero acabo de despertarme. Y pienso que la traición es el pan de cada día y que traicionado y traidor son intercambiables, sólo que uno se pirra por la culpa y el otro por la ira.
Así el activo puede seguir sintiéndose vivo y el otro cobarde.

Y con la cara lavada, afeitada por completo, y con alguna que otra crema untada en la barbilla, me dispongo a seguir investigando en la buena dirección.
Lo primero que me viene a la cabeza es pedir perdón.
Lo pido.
De veras.
Lo siguiente es perder el vértigo. Pero sin avasallar, que es algo que me va a costar horrores.

Por último, me prometo no volver a dejar una constancia tan cutre de una buena noche de consejos impersonales: de esos que o los cojes tú o los cojen los de siempre.
Es mi último agradecimiento sin usar el cerebro. Palabra.

Acabo de despertarme y ya me echaría a dormir angustiado otra vez. Ni vago, ni imbécil; únicamente pijo... y de incógnito.
Desde aquí recomiendo a las mujeres. O no aprenderemos.

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