jueves, 18 de febrero de 2010

Neumoconiosis doméstica

Y de allí se marchó. Arrastraba el paracaídas desplegado por la cuesta y una estúpida sonrisa en la cara.
Y se recuerda porque yo me he quedado por aquí, sequito de ideas, mirándome las manos que parecen rendidas y me asusta la idea de quedarme a solas conmigo y sin hacernos compañía escribiendo...que ya ves, ¡vaya perdida!

Y ese algo mágico que tiene verla siempre más guapa que antes, eso también ha desequilibrado bastante el viaje; vamos, que ni de coña la acompaño porque mi paracaidas lo dirigiría un calígula bañado en crack con síndrome de Peter Pan y esos siempre suelen acabar a proposito en los cables de alta tensión, por el artificio y todo eso.

Y luego está Daniel Alcides, que se inoculó la verruga peruana para poder estudiar su proceso, y la palmó, sin paracaídas ni ostias. Lo que viene a ser el único "todo por la patria" que me he querido creer.

Si te pones a hacer recuento te sentirás tan viejo que la habrás jodido, que es más o menos lo que acabo haciendo cuando escribo de oido, como hoy.
Porque la escritura odia la rutina, odia follar mecánicamente y se acaba marchando con un poeta que juega con el lenguaje.
No sé si por joder...
O por apostar al caballo ganador.

Menos mal que tengo educación y le abriré la puerta de madrugada, cuando vuelva sin llaves y queriendo escribir seis horas seguidas para contarme dónde ha estado.
Se suele llamar "vivo sin vivir en ti"; y no lo dijo una monja porque esas no saben comer un coño.



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